En los tiempos actuales, es innegable que la extrema derecha ha ganado terreno en distintas partes del mundo. Pero, ¿por qué algunas personas optan por votar por esta corriente política? ¿Qué motiva a individuos a respaldar propuestas que promueven el odio, la exclusión y la violencia? Estas interrogantes nos llevan a explorar las razones detrás de esta tendencia y a analizar el papel de la frustración en el surgimiento de movimientos extremistas.
La realidad es que la extrema derecha encuentra apoyo en diversos estratos sociales. No se limita únicamente a los ricos, aristócratas o altos funcionarios. De hecho, sus seguidores provienen de diversos ámbitos, incluyendo la policía, el ejército, y personas educadas en el odio y la intolerancia. También se suman a sus filas terratenientes, corruptos, pequeños propietarios atemorizados, gente asustada y frustrada.
Sin embargo, el verdadero problema no radica exclusivamente en estos grupos, sino en la gente frustrada. Son aquellos que, al sentirse acorralados, creen que no tienen más opciones y deciden abrazar posturas extremas. Cuando se llega a la conclusión de estar en un callejón sin salida y se está dispuesto a convertirse en un canalla, la extrema derecha se presenta como una salida aparente.
La frustración se convierte en un caldo de cultivo para el surgimiento de este tipo de movimientos. Aquellos que se sienten decepcionados y carecen de las herramientas necesarias para responsabilizar a los verdaderos responsables de sus problemas, terminan encontrando refugio en la extrema derecha. No tener una vivienda digna, no poder brindar el cuidado adecuado a la familia o no tener un empleo satisfactorio son situaciones que generan angustia y descontento.
El problema se agrava cuando las personas no logran identificar claramente a aquellos que los mantienen sumidos en el miedo y la incertidumbre. En lugar de buscar soluciones reales, optan por canalizar su descontento a través del voto a la extrema derecha. Es en este punto donde entran en juego las explicaciones simplistas y las justificaciones superficiales.
La falta de orden social es uno de los problemas fundamentales que enfrentamos, sin embargo, somos bombardeados con alarmas sobre la falta de orden público. Se nos convence de que un contenedor ardiendo o un escaparate roto son mayores amenazas que la desesperación de alguien que se lanza al vacío para evitar ser desahuciado. La extrema derecha aprovecha esta manipulación para ganar adeptos y desviar la atención de los problemas estructurales.
El ciclo continúa cuando las personas deciden abandonar el cuestionamiento y se aferran a explicaciones simplistas. El odio hacia aquellos que antes no se cuestionaban se convierte en norma, y los matices y el entendimiento de los orígenes se desvanecen. Los líderes políticos autoritarios se convierten en referentes, validando el egoísmo y la falta de empatía.
El desconocimiento y la mentira se vuelven aceptables, y los problemas se resuelven mediante ataques a chivos expiatorios. Se señala a quienes son diferentes, ya sea por no pertenecer a la misma tierra o por tener una forma distinta de vivir su identidad. La extrema derecha brinda una sensación de pertenencia a un club de vencedores, aunque esta victoria se base en la violencia y el menosprecio hacia los más vulnerables.
El voto hacia la extrema derecha implica renunciar a la búsqueda de respuestas complejas y aceptar las verdades impuestas por los medios de comunicación. Se cree que uno nunca será víctima de las injusticias que se cometen contra los demás, convencidos de ser parte de un grupo privilegiado. Se olvida que la misma crueldad que afecta a los más débiles podría volverse en nuestra contra en cualquier momento.
Asimismo, el apoyo a la extrema derecha implica aceptar ciertas libertades que son gratuitas, mientras se ignoran otras que son fundamentales pero que amenazan a los poderosos. La incertidumbre empuja a buscar figuras autoritarias que ofrezcan una guía clara, aunque esto implique vivir bajo vigilancia, castigos y uniformidad.
En este escenario, si la memoria pudiera ser utilizada para construir un presente, nos permitiría reflexionar sobre las lecciones del pasado y evitar repetir errores. Nos recordaría que la frustración y el descontento no deben conducirnos a respaldar ideologías extremas que promueven la intolerancia y el sufrimiento.
En conclusión, la proliferación de la extrema derecha no es un fenómeno aislado. Su crecimiento encuentra raíces en la frustración y la falta de perspectivas. Para evitar caer en la espiral de la intolerancia, es necesario promover un mayor entendimiento, buscar soluciones estructurales y no sucumbir a las explicaciones simplistas. Solo así podremos construir sociedades más justas y equitativas, donde la diversidad sea valorada y la empatía prevalezca sobre el odio.