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El ascenso de un visionario sin padrinos
Hablar de Eduardo Barreiros es hablar de ingenio, de coraje empresarial y de una España que, pese a todo, quería despegar. A finales de los años 50, en pleno franquismo, Barreiros se convirtió en un símbolo de modernidad industrial. Desde Galicia, sin más apoyo que su talento como mecánico y su olfato para los negocios, este hombre logró crear una empresa automovilística que llegó a competir de tú a tú con gigantes como Pegaso o incluso con marcas extranjeras.
Pero claro, en una dictadura donde el “éxito” lo repartían unos pocos desde los despachos del régimen, ser demasiado brillante sin contar con los apoyos adecuados era casi un pecado. Y Barreiros lo pagó caro.
La desconfianza del régimen y los choques con el poder
No son pocos los que recuerdan —los más mayores lo cuentan todavía en voz baja— cómo Eduardo Barreiros despertaba recelo en los altos mandos franquistas. ¿La razón? No venía del aparato militar, no pertenecía a la aristocracia económica del régimen ni había pasado por el “filtro” de Falange. Era un empresario hecho a sí mismo. Uno que apostaba por la innovación, por la eficiencia y por competir.
Y eso, en una España aún sumida en la autarquía mental y en los favores a dedo, sonaba casi a revolución.
De hecho, su alianza con Chrysler —vista como una oportunidad para internacionalizar la industria española— fue percibida como una amenaza por parte de los sectores más conservadores del régimen. En vez de celebrarlo, se lo pusieron difícil. Muy difícil. Se le negó el acceso a licencias clave, se le asfixió desde el BOE, y las trabas burocráticas se multiplicaron.
Una salida forzada y un final amargo
Al final, como suele pasar en este país con los que se atreven a ir por libre, Eduardo Barreiros terminó empujado al borde del precipicio. En 1969, arrinconado por las presiones y tras la toma de control de Chrysler, tuvo que abandonar la empresa que él mismo había levantado.
Y sí, acabó en Cuba. Invitado por el mismísimo Fidel Castro, que le ofreció colaborar en el desarrollo industrial de la isla. Paradójico, ¿no? Un empresario español, castigado en su propio país, encontrando refugio en una economía comunista. Cosas de la vida.
¿Y si Barreiros hubiera nacido en otro país?
La historia de Barreiros es de esas que duelen. Porque revela mucho más de lo que parece: cómo una dictadura, por miedo al talento libre, prefirió poner piedras en el camino de uno de los industriales más prometedores del siglo XX.
A veces, cuando se habla de la falta de tejido industrial en España o del atraso tecnológico de décadas pasadas, se olvida que hubo intentos. Hubo gente. Hubo Barreiros.
La pregunta queda en el aire: ¿qué hubiera sido de la automoción española si no se le hubiera torpedeado?
Conclusión
La figura de Eduardo Barreiros sigue despertando admiración entre quienes conocen su historia. Pero también invita a reflexionar sobre cuántas oportunidades hemos perdido por decisiones tomadas desde la estrechez ideológica. ¿Y tú? ¿Crees que España ha saldado ya su deuda con pioneros como él? Te leo en los comentarios.