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Un caso curioso… y algo incómodo
Con la nueva legislación migratoria impulsada por Donald Trump bajo el brazo —más restrictiva, más agresiva y con menos fisuras legales— ha empezado a circular un debate que, aunque parezca una broma de mal gusto, plantea una pregunta nada desdeñable: ¿debería Trump aplicar su propia ley para expulsar del país a su esposa, su hijo menor y sus suegros?
Sí, han leído bien. La cuestión, aunque rocambolesca, se sostiene sobre una paradoja evidente. Melania Trump, nacida en Eslovenia, emigró a Estados Unidos a finales de los noventa. Según diversas fuentes, obtuvo su residencia a través de una visa de trabajo para modelos, y más tarde, en 2006, la nacionalidad estadounidense. Hasta ahí, todo correcto. El problema llega con lo que algunos llaman “migración en cadena”, ese término que el propio Trump ha criticado duramente… excepto cuando le ha tocado a su familia.
Una ley que se vuelve contra quien la firmó
La normativa que promueve el magnate —más aún ahora que vuelve a agitar el avispero de cara a las elecciones— busca limitar precisamente esa «cadena» de regularización familiar. Es decir, el derecho de los ciudadanos a pedir la residencia para familiares cercanos. Sin embargo, se comenta que tanto los padres de Melania como otros familiares se habrían beneficiado de ese mecanismo para conseguir sus papeles. Legal, sí. Pero contradictorio, también.
Porque no son pocos los que, desde medios liberales y sectores progresistas, plantean la ironía: “Si esta ley hubiese estado en vigor entonces, ¿los Knavs (padres de Melania) habrían sido deportados?”. O, más aún, ¿habrían podido pisar siquiera suelo estadounidense?
Claro, es fácil decir que cada caso es distinto. Que Melania no es cualquier inmigrante. Que el apellido pesa. Pero también es verdad que la gente lo percibe así: como un doble rasero. Uno para el resto y otro para los de casa.
El silencio en torno a Barron Trump
Otra figura que entra en este extraño tablero es Barron Trump, el hijo menor del expresidente, nacido en EE. UU., sí, pero con madre extranjera. Aunque su nacionalidad no está en duda, el tema levanta suspicacias cuando se habla de “pureza americana” —una expresión fea, pero que sobrevuela ciertos discursos conservadores.
Es aquí donde el debate se vuelve más visceral. Porque cuando las leyes que uno promueve acaban señalando su propio entorno, algo no encaja.
¿Hipocresía o simple pragmatismo?
Al final, esto no va solo de papeles ni de fronteras. Va de coherencia. Y, sobre todo, de la capacidad de aplicar a uno mismo lo que se exige a los demás. Algunos dicen que en política todo vale. Otros, que el ejemplo empieza en casa. Lo cierto es que la contradicción está servida.
¿Y tú qué opinas? ¿Debería Trump predicar con el ejemplo, aunque eso implique mirar hacia su propio salón familiar? ¿O simplemente estamos ante otra anécdota de la política espectáculo a la que ya nos tiene acostumbrados?
Comparte, comenta y deja tu visión. Porque este debate, lejos de cerrarse, acaba de empezar.