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12 de agosto de 2025Huertos urbanos: ¿moda pasajera o la apuesta más rentable y verde para el ciudadano común?

En los últimos años, la palabra huerto urbano ha pasado de sonar a excentricidad de unos pocos aficionados a convertirse en conversación habitual en cafés, redes sociales y hasta reuniones de vecinos. Se comenta que cultivar tus propios tomates en la azotea o lechugas en un pequeño bancal comunitario no solo da satisfacción personal, sino que también podría ser una de las formas más sencillas de plantar cara —nunca mejor dicho— a la contaminación que generan las grandes explotaciones agrícolas.
La rentabilidad… con matices
La primera pregunta que surge es casi inevitable: ¿de verdad sale más barato? Pues depende. Un huerto individual, instalado en la terraza de casa, requiere inversión inicial —macetas, sustrato, riego— y algo de tiempo que no todo el mundo tiene. A largo plazo, es cierto que se ahorra en ciertos productos frescos y, sobre todo, se gana en calidad y sabor.
En los huertos colectivos, la ecuación cambia: los gastos se reparten y la experiencia se comparte. No son pocos los que dicen que lo verdaderamente rentable es el aprendizaje y la cohesión social que generan. La gente lo percibe así: menos gasto individual y más sensación de pertenencia. Y eso, aunque no aparezca en una hoja de Excel, también tiene valor.
El impacto ambiental: David contra Goliat
Si hablamos de ecología, la comparación es llamativa. Las grandes explotaciones agrícolas, sobre todo las orientadas a la exportación, dependen de transporte a larga distancia, maquinaria pesada y, en muchos casos, de monocultivos intensivos que agotan el suelo y requieren pesticidas.
Un huerto doméstico, en cambio, prescinde de camiones, embalajes y parte de esos químicos. La huella de carbono se reduce drásticamente, aunque conviene reconocer que no siempre se logra un uso óptimo del agua o de los recursos si no se planifica bien. Aun así, el balance ambiental tiende a inclinarse a favor de lo pequeño y local.
Entre la moda y la necesidad
Algunos opinan que esto del huerto urbano es solo la última tendencia de las ciudades “eco-friendly”. Otros, sin embargo, creen que responde a una necesidad real: reconectar con los alimentos, saber de dónde vienen y reducir la dependencia de un sistema alimentario cada vez más globalizado y vulnerable.
Sea por moda o por conciencia, el fenómeno crece. Y con él, surgen propuestas municipales que facilitan parcelas en solares vacíos, talleres de horticultura y hasta subvenciones para quien quiera plantar en su balcón.
Conclusión: la tierra tira… y no solo al campo
En definitiva, tener un huerto urbano —sea individual o colectivo— es más que una cuestión de rentabilidad o de ser “eco”. Es un acto que mezcla economía, salud, comunidad y hasta un punto de rebeldía contra la lógica del supermercado. Y aunque no todo el mundo pueda o quiera meterse en faena, lo cierto es que cada lechuga cultivada en casa es una pequeña victoria frente a un sistema que a veces se olvida de lo básico: que la comida nace de la tierra.
La pregunta queda en el aire: ¿y si más que una moda, estuviéramos ante un cambio silencioso en nuestra forma de alimentarnos?
Si quieres, puedo también prepararte una versión más coloquial y cercana, como si fuera una entrada de blog personal con más guiños al lector.