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No son pocos los que piensan que el racismo se explica por simple ignorancia. Algo de cierto hay en ello. Pero quedarse solo en esa respuesta sería reducir demasiado el problema. El racismo, en realidad, tiene muchas caras. Algunas visibles y otras, bastante más incómodas de reconocer.
A menudo se comenta en la calle, en las tertulias o incluso en los bares: la gente que más insulta o señala al diferente suele ser la que más inseguridades arrastra. Ese vecino que no soporta a los inmigrantes, pero luego teme perder su empleo. Ese político que agita el discurso del “nos invaden”, cuando lo que en verdad busca es tapar su falta de soluciones a los problemas de siempre.
El miedo como motor
El miedo es un combustible poderoso. Miedo a lo desconocido, a perder privilegios, a que cambie la forma de vida que uno ha conocido desde niño. De ahí que se construyan muros, reales o mentales, contra quienes vienen de fuera. Y claro, cuando no hay argumentos sólidos, aparecen las excusas absurdas, los prejuicios de manual, los rumores de barrio que se inflan hasta convertirse en “verdades” para algunos.
Frustraciones íntimas
Otro factor que pocas veces se reconoce en voz alta son las frustraciones personales. Hay quien canaliza su rabia contra minorías porque resulta más fácil señalar al otro que mirarse en el espejo. No hablamos solo de carencias materiales. También de inseguridades íntimas, esas que nunca se confiesan pero que acaban explotando en forma de desprecio hacia los demás. En el fondo, el racismo no dice tanto de la víctima como del agresor.
La política y el discurso fácil
Conviene no olvidar que la política juega su papel. No son pocos los líderes que, en lugar de ofrecer propuestas serias, optan por señalar culpables fáciles. Es un recurso antiguo, pero sigue funcionando. Cuando falta pan, sobran discursos de odio. Y la gente, cansada, a veces se deja arrastrar por esas proclamas que reducen todo a “ellos contra nosotros”.
Conclusión: un espejo incómodo
En definitiva, el racismo suele ser más un reflejo de miedos y complejos que una descripción real de quienes lo sufren. Y eso, aunque cueste admitirlo, nos obliga a mirarnos dentro. ¿De dónde vienen esos prejuicios? ¿Qué inseguridades intentamos ocultar? Al final, la pregunta no es solo qué hacemos con el racismo, sino qué hacemos con nosotros mismos.
¿Y tú? ¿Crees que el racismo nace de la ignorancia, de la política o de las inseguridades personales?