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En España, como en cualquier otro lugar, los celos son ese invitado incómodo que se cuela en muchas relaciones. A veces aparecen de forma casi inocente, con un gesto o una mirada mal interpretada; otras, se instalan como una sombra permanente. Lo curioso es que se comenta mucho en la calle —en tertulias, entre amigos o incluso en la sobremesa familiar— que los celos son “prueba de amor”. Pero no son pocos los psicólogos que advierten lo contrario: cuando se convierten en hábito, pueden ser el germen de una auténtica enfermedad emocional.
La gente lo percibe así: un pequeño brote de celos puede incluso parecer hasta gracioso, un detalle que confirma el interés del otro. El problema surge cuando ese “detalle” se transforma en control, en obsesión o en una necesidad constante de comprobar el móvil, las redes sociales o las rutinas diarias de la pareja.
¿De dónde nacen los celos?
La respuesta no es sencilla. Hay quienes apuntan a la inseguridad personal, a esa falta de autoestima que se arrastra desde la adolescencia. Otros lo relacionan directamente con experiencias pasadas: engaños, rupturas dolorosas o traumas familiares. Y luego está la cultura: en España todavía pesa cierto imaginario romántico que asocia el amor con la posesión. Se escucha mucho aquello de “si no se pone celoso, es que no me quiere”.
Sin embargo, lo que la psicología señala es bastante más claro: los celos nacen de una distorsión. Una mezcla de miedo al abandono, necesidad de control y dificultad para confiar. No es tanto lo que hace la otra persona, sino cómo uno mismo interpreta cada gesto.
Los celos como enfermedad
¿Son una patología? Algunos especialistas hablan ya de los “celos enfermizos”, un fenómeno que puede llegar a límites peligrosos. No solo afecta a la estabilidad de la pareja, sino también a la salud mental de quien los sufre: ansiedad, estrés, pensamientos intrusivos. En los casos más extremos, puede derivar en violencia de género.
Y aquí viene la parte más incómoda: a veces cuesta admitir que uno está siendo celoso de manera desmedida. Se disfraza de “cuidado”, de “preocupación”, cuando en realidad es un mecanismo de control.
¿Qué hacer frente a ellos?
Quizá la clave esté en aprender a reconocerlos antes de que crezcan demasiado. La terapia psicológica ayuda, pero también la comunicación abierta dentro de la pareja. Hablar, expresar miedos sin acusaciones y, sobre todo, trabajar la autoestima individual. Porque —aunque suene a tópico— nadie puede amar bien si no se siente bien consigo mismo.
Conclusión
Los celos, al final, no son una señal de amor, sino un síntoma de inseguridad. Convertirlos en un tema de debate, lejos de banalizarlos, puede ayudarnos a entender hasta qué punto condicionan nuestras relaciones. Y usted, lector, ¿qué piensa? ¿Son inevitables o deberíamos empezar a verlos como una alerta roja en cualquier pareja?