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La fachada del «milagro chino»
Pekín lo repite hasta la saciedad: China es la gran historia de éxito del siglo XXI. Medios occidentales, think tanks e incluso algunos gobiernos compran el relato sin demasiados matices. Rascacielos que rozan el cielo, trenes bala que atraviesan el país en horas, cifras de crecimiento que marean. Pero si uno rasca un poco la superficie brillante, aparecen las grietas.
Hablo de esto porque lo he visto. Estuve en Shenzhen hace tres años, y sí, impresiona. Pero también hablé con trabajadores de fábricas que duermen en barracones y no ven a sus familias durante meses. Gente que, pese a trabajar 12 horas diarias, no llega a fin de mes. ¿Es esto el famoso «sueño chino»?
Sanidad: derechos en teoría, privilegios en la práctica
«Tenemos cobertura universal», dicen las autoridades. Y técnicamente es cierto. El problema es que, como me contó un médico de Wuhan (que prefirió no dar su nombre), en los hospitales públicos hay que llevar hasta el propio algodón y las jeringuillas. Las colas son kilométricas, y la calidad depende mucho de si vives en un distrito rico o en una aldea de Guizhou.
Durante el COVID, esto se volvió obsceno. Mientras el gobierno presumía de cifras perfectas, conocí a familias que pagaban fortunas por un puesto en un hospital privado. ¿Dónde quedó aquel sistema sanitario modélico que venden los documentales?
La pobreza que no desaparece (solo se esconde)
Aquí hay que darles crédito: sacar a 800 millones de la miseria no es poca cosa. Pero cuidado con los números redondos. En Yunnan o Gansu aún hay pueblos donde la electricidad llega a ratos y el agua potable es un lujo. Los mingong (trabajadores migrantes) siguen siendo ciudadanos de segunda, hacinados en suburbios que no salen en las postales oficiales.
Lo más sangrante es cómo maquillan las estadísticas. Un amigo economista, con acceso a datos internos, me contó que basta con trasladar a una familia a un bloque de pisos vacío para que dejen de contar como «pobres». Aunque luego no tengan trabajo ni servicios básicos. Juego de trileros con seres humanos.
El precio invisible: vivir sin respirar
Aquí está lo que nunca mencionan los admiradores del modelo chino. Puedes tener el metro más limpio del mundo, pero si te detienen por un tuit, ¿de qué sirve? Conozco periodistas extranjeros a los que han seguido durante semanas por entrevistar a un sindicalista. He visto cómo borran críticas en WeChat antes de que cargue la página.
Un profesor de universidad en Shanghái me lo resumió así: «Tenemos estabilidad, pero es la estabilidad de un cementerio». Duro, pero difícil de rebatir cuando conoces los casos de personas desaparecidas por pedir derechos laborales básicos.
¿Entonces? Un modelo que da vértigo
No se trata de demonizar a China. Han logrado cosas impensables en Occidente: erradicar el hambre masiva, crear ciudades enteras en una década, dominar tecnologías clave. Pero su receta tiene un ingrediente letal: la anulación del individuo.
Cuando ves a jóvenes estudiando inglés frenéticamente para emigrar, cuando escuchas a empresarios que acumulan propiedades en Vancouver «por si acaso», cuando descubres que hasta los hijos de los jerarcas estudian en Harvard… algo falla en el paraíso socialista.
¿Realmente queremos copiar este modelo? ¿Vale cualquier precio por el desarrollo? La discusión está abierta –y es más urgente de lo que parece–.
¿Y tú qué opinas?
Si has vivido en China o trabajado con empresas chinas, cuéntanos tu experiencia. ¿Coincide con esta imagen? ¿Crees que Occidente idealiza su modelo? Déjanos tu comentario y comparte este artículo si te ha hecho reflexionar.