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El cangrejo rojo americano: invasor con buena prensa… culinaria
Desde hace décadas, el cangrejo de río rojo americano campa a sus anchas por los ríos y marismas de media España. Llegó en los años 70, como tantas otras especies exóticas, con la promesa de convertirse en negocio y terminó —como casi siempre en estos casos— alterando un ecosistema que no estaba preparado para él.
Se le ve por doquier: del Guadalquivir al Ebro, en acequias, arrozales y charcas. Es más fuerte, más resistente y mucho más prolífico que el cangrejo autóctono (Austropotamobius pallipes), ese que antaño era habitual en los ríos de montaña y que hoy sobrevive casi en santuarios.
La paradoja es que mientras biólogos y ecologistas advierten del peligro que supone esta especie invasora, en muchas cocinas y terrazas de verano se aplaude su presencia. Porque sí, el cangrejo rojo está delicioso. Frito, en salsa o a la andaluza. Y se vende, se exporta y hasta se celebra.
El autóctono: desaparecido en combate (y no por culpa de la sequía)
Se tiende a culpar al cambio climático, a la falta de agua, a la contaminación. Y sí, todo eso influye. Pero la realidad es que el cangrejo de río autóctono español lleva décadas en declive, y buena parte de la culpa la tiene su primo americano. Porque no es solo que compitan por el mismo hábitat: es que el rojo actúa como vector de una enfermedad letal, la afanomicosis, que el autóctono no puede resistir.
Lo más triste es que mucha gente ni lo ha probado nunca. Su carne, más delicada, más sabrosa según los expertos, está hoy al alcance de muy pocos. Y eso, si se consigue con permisos especiales. La legislación es clara: proteger al nativo, controlar al invasor.
Pero… ¿cómo se controla un invasor que se ha convertido en parte del paisaje (y del menú)?
¿Hay solución? Entre la regulación, la acuicultura y el sentido común
Aquí entramos en terreno resbaladizo. Hay quien plantea regular su captura y consumo, no para fomentarlo, sino como vía para contener su expansión. Otros defienden una apuesta decidida por la cría en cautividad del cangrejo autóctono, como se hace en algunos tramos del Pirineo o en Castilla y León, donde todavía resisten poblaciones sanas gracias a programas muy concretos.
También hay voces que piden más educación ambiental. Que la gente sepa lo que hay detrás de lo que come. Porque, al final, comerse un cangrejo rojo puede estar muy bien… pero no a costa de cargarse al de aquí.
¿Y tú qué opinas?
No son pocos los que creen que ya es tarde para echar al cangrejo rojo de nuestros ríos. Pero otros insisten en que aún hay margen si se actúa con decisión. Y tú, lector, ¿te habías parado a pensar qué cangrejo te estás comiendo? ¿Te importa su procedencia o solo si está sabroso?
Quizá sea hora de que el debate deje de ser cosa de expertos y entre también en nuestras mesas. Porque la biodiversidad también se defiende con cuchillo y tenedor.